VENTANA DE CRISTAL

VENTANA DE CRISTAL
Arturo Garcés.

Siempre anduvo solo. Se sentía bien estando así. Le molestaba el bullicio, la gente de un lado a otro como hormigas en busca del sustento. Para él, estar encerrado en su hurna de cristal, aislado de todo era como un regalo de paz para su alma.
Una vez por semana recibía la visita de la señora Carmela que venía a hacer la limpieza y comprarle suministros. Una vez por semana permitía que su espacio fuera invadido por alguien.
_ Buen día Don Antonio.
_ Buen día.
_ Hasta el viernes Don Antonio.
_ Hasta el viernes.
Y volvía a su rutina. Desde la alta ventana de cristal miraba con horror a la muchedumbre. Los chicos pedaleando sus bicis, otros dándole patadas a un balón, aquella señora paseando un perro y el señor calvo haciendo señas a un taxi.
Solo aquel pedazo de ciudad en las mañanas y luego de vuelta a la paz de su silencio.
Pero un viernes no vino Carmela para hacer la limpieza. Un día se asomó a su cristal y lo notó sucio. Un día no pudo ver a la señora del perro, ni a los chicos.
Entonces decidió romper su encierro. Anduvo la ciudad entera y no pudo ver a nadie. La brisa rompía el sepulcral silencio helando los huesos y haciendo que el corazón acelerara su ritmo.
Don Antonio se preguntaba dónde estaba la gente. Nadie había para responder.
Volvió a su apartamento. Cada día igual. Salia y no veía a nadie.
Don Antonio comenzó a extrañar los viernes y necesitaba escuchar aquel apagado "Buenos días Don Antonio"
Comenzó a necesitar a la señora del perro, a los chicos en las bicis, al señor que abordaba el taxi.
Don Antonio comenzó a desear no estar solo. El silencio le hizo una caricia a su alma. Abrió las ventanas de cristal... pero ya era muy tarde. Estaba solo.

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