A LA SOMBRA DE LOS MIEDOS Y LAS MUERTES REEDICIÓN

A LA SOMBRA DE LOS MIEDOS Y LAS MUERTES MIEDO A Lucía le agradaba caminar descalza por la suave pendiente que conducía hasta el manantial. Sentir como la hierba humedecida por el rocío le acariciaba los pasos era una sensación indescriptible. Miraba su rostro en las límpidas aguas de la charca que había entre las rocas. Era como si un espejo enmarcado en piedras flotara en aquella deforme oquedad. Se alisaba el cabello de azabache tejiendo diestramente una trenza y sonreía feliz porque se sabía hermosa. Así se guardaba para aquel encantador caballero de leyendas, para el príncipe que llegaría, como en los cuentos, montando un corcel de fuego. Tan absorta estaba que no escuchó los pasos del joven que se acercó lentamente hasta quedar a un metro de distancia. La miró admirado. Podía oler el suave perfume de sus cabellos recién lavados y la exquisita figura de la chica le hacía pensar que tal vez era un hada escapada de algún mágico lugar. Lucía se asustó. Su sobresalto hizo caer la peineta al agua rompiendo el espejo que ahora hacía círculos deformando el hermoso reflejo. Escondió el rostro entre las manos y cerró los ojos. No quería ver al intruso que se atrevía a deshacer tantos sueños y corrió lejos de él sin escuchar el llamado del joven. No miró atrás ni una sola vez. Sentía tanto miedo que solo supo alejarse. El joven se acercó a la charca y recogió la peineta olvidada. Volvió la vista hasta donde se perdía la figura entre los árboles. Con el desencanto reflejado en el rostro se alejó en su corcel de fuego mientras Lucía continuaba corriendo asustada, alejándote de su sueño. CEGUERA El hombre miraba al cielo. Buscaba escudriñando cada rincón del cosmos, hasta donde alcanzaba su saber. No deseaba continuar solo. Allá perdido entre las estrellas estaba el planeta Rijón. _ Señor... _ dijo el consejero inclinándose ante el soberano en señal de respeto_ los eruditos han hablado. Cuentan que usted tenía razón. Aseguran que no estamos solos... dicen que pasando la frontera galáctica hay un mundo pletórico de vida. Un mundo azul donde crecen árboles frondosos, donde las aves de multicolores plumajes se confunden con las flores y los frutos. Un mundo donde las frescas aguas de los ríos bajan desde las montañas salpicando de vida las praderas para después llegar a los mares fundiéndose en un perenne abrazo. Dicen que la variedad de criaturas es incontable... pero señor... hay algo que ensombrece tanta belleza. Hay hombres... hombres que desean crecer en su ego... hombres llenos de avaricia... hombres que están matando tanta vida. El soberano se rascó la espesa barba. En su mirada se reflejada la desilusión... los rijorianos buscaron en otras galaxias donde supieran amar. No querían estar solos pero dejaron a los hombres en su lenta destrucción. Cuentan que hombre continuó mirando al cielo mientras moría sin encontrar. VENTANAS DE CRISTAL Siempre anduvo solo. Se sentía bien estando así. Le molestaba el bullicio, la gente de un lado a otro como hormigas en busca del sustento. Para él, estar encerrado en su urna de cristal y aislado de todo era como un regalo de paz para el alma. Una vez por semana recibía la visita de la señora Carmela que venía a hacer la limpieza y comprarle suministros. Una vez por semana permitía que su espacio fuera invadido por alguien porque él no necesitaba más que su tranquilidad. _ Buen día Don Antonio. _ Buen día. _ Hasta el viernes Don Antonio. _ Hasta el viernes. Y volvía a su rutina. Desde la alta ventana de cristal miraba con horror a la muchedumbre. Los chicos pedaleando sus bicis, otros dándole patadas a un balón, aquella señora paseando un perro y el señor calvo haciendo señas a un taxi. Solo aquel pedazo de ciudad bulliciosa y llena de gente en las mañanas y luego de vuelta a la paz de su silencio, de aquel agradable tiempo de estar solo, sin nadie que molestara. Un viernes no vino Carmela para hacer la limpieza. Un día se asomó a su cristal y lo notó sucio. Un día no pudo ver a la señora del perro, ni a los chicos. Entonces decidió romper su encierro. Anduvo la ciudad entera y no pudo ver a nadie. La brisa rompía el sepulcral silencio helando los huesos y haciendo que el corazón acelerara su ritmo. Don Antonio se preguntaba dónde estaba la gente. Nadie había para responder. Volvió a su apartamento. Cada día igual. Salía y no veía a nadie. Parecía como si la ciudad toda hubiera dejado de respirar atacada por alguna extraña enfermedad. Don Antonio comenzó a extrañar los viernes. Deseaba escuchar aquel apagado "Buenos días Don Antonio" Comenzó a necesitar a la señora del perro, a los chicos en las bicis, al señor que abordaba el taxi. Don Antonio comenzó a desear no estar solo. Con lentitud extrema abrió la ventana. El silencio le hizo una caricia a su alma... ya era muy tarde. Nada había, nada era. EL CÍRCULO El miedo te hace valiente. La cobardía te hace inútil. Daniel despertó. Sentía un fortísimo dolor de cabeza. Su ropa mojada se abrazaba contra el cuerpo. Volteó a un lado y a otro. Estuvo horas recordando el naufragio mientras miraba ese constante ir y venir de las olas. La espuma se desvanecía en la arena haciendo burbujas. Algunos cangrejos correteaban con sus tenazas elevadas y los largos ojos como radares buscando el alimento. Desde siempre sintió temor a lo desconocido y nunca se aventuró a buscar un sueño. Ahora estaba allí, en aquel inhóspito lugar teniendo el inmenso y traicionero mar frente a él. A su espalda intrincados manglares guardaban (según él), desconocidos peligros. Pensó en Laura. En cómo se perdió tragada por las fuertes olas de la tormenta. * * * Laura estaba sentada en la arena con las piernas recogidas y un montón de algas enredadas en su pelo. No podía creer que después de la tormenta, aun continuara viva. Dio algunos pasos por la orilla de la playa buscando en el horizonte alguna señal. Laura pensaba como Daniel. Nunca quiso andar sola y menos salir a cazar sueños. Porque eran solo eso... sueños... nada más. Le acompañaba la pequeña franja de arena y un indescifrable laberinto de mangles. Laura volvió a sentarse en la arena. Pensaba en Daniel. * * * Una pequeña isla había. Una pequeña isla con dos pequeñas playas. Dos diminutas franjas de arena. Una al norte con mangles en el sur; otra al sur con manglares en el norte. Una pequeña isla en el océano con una gran ciudad donde prosperaba la vida. Una ciudad donde los sueños tomaban un solo camino. Nadie sabía soñar en otra dirección. Al norte y al sur la frontera cubierta de mangles. Al norte Daniel miraba a la nada. Al sur Laura perdía su mirada entre cielo y mar. En la ciudad la gente no miraba a los manglares y nadie fue a ellos. VIOLETA Violeta decidió salir a dar un paseo aprovechando que Julián estaría trabajando hasta la mañana siguiente. Hacía un poco de frío y una pertinaz llovizna caía sobre el pavimento formando pequeñas charcas aquí y allá. Parecían espejos que reflejaban las luces de las farolas. Caminaba por los portales que bordeaban el puerto sorteando los fados, toneles y cajas de mercancías que esperaban para ser embarcados en algún navío. Un extraño sonido la puso sobre aviso. No pudo reaccionar a tiempo. Las poderosas manos la obligaron a pegar la espalda contra el muro del oscuro pasaje. Solo podía ver los grandes ojos del atacante que cubría el rostro con un pañuelo lleno de confusos dibujos. Forcejeaba tratando de evitar lo que estaba por suceder. La ira hacía que un calor como de fuego le quemara cada poro mientras le desgarraban el vestido, el hermoso vestido de flores que le regalara Julián. Su sangre hervía por el de odio y la impotencia. Sufría a diario cuando en las noticias conocía de alguna mujer abusada o asesinada. Entre algunas oscuras nubes asomó un tímido rayo de luna taladrando la oscuridad. El atacante terminó de desnudarle y las toscas manos manosearon sus pechos. Cerró los ojos y pensó nuevamente en Julián. La lluvia repitió como un terrorífico eco el horrorizado grito y un riachuelo de agua ensangrentada tenía el suelo... Nadie salió... Nadie supo. Al amanecer llegó Julián. _ ¿Qué te sucede? ¿Por qué volviste a ese color? _ Sabes que es mi color. _ El violeta es tu color de furia. _ Es mi color... En mi planeta somos todos así. Julián la conocía muy bien. _ ¿Fuiste a la calle? _ No. A Violeta le dolía engañar al amigo, pero esta vez era necesario. _ En las noticias hablaron de otra chica asesinada _Mintió Violeta._ En mi planeta no suceden estas atrocidades. Julián le acarició suavemente el rostro y la piel de la joven volvió a tornarse rosada. A primera hora, los periódicos daban la noticia... "En una apartada y solitaria calle del puerto fue hallado el cadáver mutilado de un hombre... La policía investiga el posible móvil del crimen." PERDIDO Buscaba en el cielo una señal, la más pequeña señal. Sus ojos ya cansados llegaban hasta los más escondidos rincones del insondable universo. Tenía la esperanza de que encontraría a la persona soñada y a la vez sentía el temor a perderse sin haberla visto. Y cada día, cada noche, cada siglo; anduvo con la vista perdida en ese azul moteado de algodones. _ ¿Qué buscas en el cielo? _le preguntaron en un susurro. _ Busco el amor. _contestó bajando la vista mientras ella le regalaba la más hermosa sonrisa._ Pero... Ahora al verte, comprendo que buscaba en el sitio equivocado. BICHO Sus ojos estaban fijos en la presa que confiada e indefensa ignoraba que aquellos serían los últimos minutos de su vida. Parecía que el tiempo se detenía y hasta el viento dejó de juguetear con los árboles. El ataque llegó como salido de la nada y muy pronto el bicho masticaba calmado saboreando el botín. _ ¿Qué tipo de depredador eres? _le preguntó el hombre que había observado todo el suceso. Frotó con indiferencia sus patas delanteras mientras las diminutas antenas se movían haciendo círculos. _ ¿Depredador yo? _dijo con una mezcla de asombro e indignación._ Yo solo mato para alimentarme... ¿Acaso soy humano? LÁGRIMAS "Tal vez de la hojarasca surja esa bella mujer de sentimientos nobles..." Anna A Mendoza (Colombia) _ Y alguna vez llegaron hasta este rincón las asesinas maquinas para destruir la vida. _Contaba el anciano a los niños que cada domingo venían a escuchar sus historias. _ No importaron las lastimeras súplicas de los arboles que lloraban sus hojas. No se escuchó el desesperado grito de las aves viendo sucumbir a sus polluelos, ni el espanto en el vuelo de la luciérnaga, la misma luciérnaga que había iluminado con su danza la ya terminada noche. Igual a esas que ahora se mueven ente las plantas. Los muchachos miraron a las ramas del árbol donde las verduzcas lucecitas parecían diminutas estrellas. _ Las máquinas avanzaron decididas a destruir porque ya habían aprendido a matar. _El anciano advirtió el horror y la incertidumbre en los ojos de los niños y prosiguió su historia._ Entonces desde la hojarasca surgió ella. Era como un halo de luz aunque se veía tristeza en sus ojos de madre. Su llanto colmó los ríos y nuevamente se llenaron los mares. Tanto amor y nobleza se extendió por la tierra que esta aprendió otra vez a engendrar hijos. Las máquinas dejaron de transpirar muerte y los hombres volvieron a ser hombres. AMOR A DESTIEMPO Desde que le conocí, algo nuevo surgió, era como un extraño magnetismo que me atraía irremediablemente hacia aquella personita frágil, de ojos profundamente negros como noche sin luna y senos apenas perceptibles. Siempre la defendí del constante bulín que sufría por parte de las demás chicas por ese cuerpo pequeño y delgado que solo necesitaba ser amado. Cuando estaba junto a ella era como si la felicidad lo inundara todo y fuera completamente verdadera. Me olvidaba del tiempo porque ella era la eternidad misma surgiendo como salida de la nada para hacerte ver que puedes enamorarte de un ángel. Solo una vez me atreví a besarla. Al ver la sorpresa en sus ojos, me invadió un miedo gélido que me hizo alejar sin pronunciar una sola palabra, con los misterios de la incertidumbre golpeando como puñetazos en el corazón. Hoy después de tantos años vuelvo a verla. Tan hermosa en sus treinta y cinco. Tenemos la misma edad. No supe que decir. Me quedé sin aliento cuando, con su encantadora sonrisa se acercó decidida llamándome por mi nombre. El beso en la mejilla hizo que mi corazón galopara dentro del pecho. Y después la andanada de preguntas. _ ¿Donde vives? ¿Qué ha sido de ti? ¿Te casaste? Yo tengo un hijo de dieciséis y una niña de siete... ¿Puedo visitarte alguna vez? Hace un año que me separé... Aquella última información le dio alas a la imaginación y se llenaron de luces las esperanzas. Después de una semana volvimos a vernos en mi apartamento. Estaba más hermosa que nunca. Aquel vestido rojo contrastaba exquisitamente con su piel y el pronunciado escote era como una invitación. _ ¿Aún te gusto? Preguntó. Y sin darme tiempo a reaccionar pegó su cuerpo contra el mío. Fue un beso intenso. Como si quisiéramos en un solo beso atrapar todos los años que nos faltaron. Sus manos no pidieron permiso para desnudarme mientras yo también la desnudaba. Volvimos a besarnos. Sentí sus senos apretando contra los míos. _ Siempre soñé con este momento _Me confesó._ Desde la escuela, cuando me cuidabas y defendías. Eras la chica más linda del cole... y aquella vez que me besaste casi muero de la emoción. _ Yo no sabía... _le confesé._ Creí que había forzado las cosas, que no entenderías que una mujer puede amar a otra y le pedí a mis padres ir a otra escuela. _ El miedo nos jugó sucio a las dos. _me dijo. Pasamos una tarde maravillosa dando rienda a todo cuanto guardábamos desde la adolescencia. Cada rincón, cada recodo, cada misterio fue descubierto entre caricias y besos. La habitación olía a nosotras y nosotras nos olvidamos del mundo. _ ¿Vuelves mañana? _ No. _me dijo sin pensar._ No puedo explicar a mis hijos que amo a una mujer como yo. _ Pero... No dije nada más. El miedo que nos alejó en la adolescencia regresaba nuevamente. _ Me voy. _me dio un suave beso en los labios._ Este no ha sido nuestro tiempo de amarnos. No la contradije. No luché por ella y ella regresó a sus miedos dejándome allí con los míos. MAREAS Y ESPUMAS BLANCAS (A todos aquellos que en cualquier lugar del mundo se han convertido en víctimas tratando de alcanzar un sueño). A veces el silencio te muerde los labios y estallas en un grito que sube hasta la cúspide de la verdad para desde allí hacerse discurso perpetuo y voz de libertades. Otras, el miedo es quien te azota el alma y es ahí donde perece el deseo de ser, de estar, de hacerte parte de un mundo que se divide en lentas muertes humanas. Te sentías cansado. No era ese agotamiento físico que nos hace desear la comodidad de una buena cama después de un reparador baño. Tu cansancio era provocado por todos los años de carencias, deseos esfumados y silenciosa espera viendo blanquear el cabello de tus padres que aún después de tantos años, continuaban creyendo el mismo pregón... "vendrán tiempos mejores". Por eso decidiste partir. No era la cobarde huída del perseguido ni el miedo a quedarte, como muchos otros, sin los buenos tiempos tantas veces anunciados. Era ese golpe en el pecho por el incierto futuro que nunca te mostró un rostro agradable. Llevabas en los ojos la oculta lágrima de un adiós prendida en el alma, el apagado beso en los labios y la esperanza como un pellizco en el corazón. Las olas acariciando tus pies te llamaban con su acompasado vaivén envuelto en espumas blancas y en la arena tus huellas, como un tatuaje hundido en la tierra que te vio nacer. Otra lágrima asomó junto a los recuerdos que se amontonaban en tus bolsillos. Era el adiós definitivo o un simple hasta luego que jugaban a convertirse en destino. Volviste la vista hacia mí. El amigo de tantas aventuras y cómplice de tus secretos estaba allí, como detenido en el tiempo, con la mirada perdida. Me conocías tanto que podías imaginar lo que pensaba en aquel momento. Pusiste tu mano en mi hombro y volviste a hablar de tus razones para partir a ese desconocido lugar, al único destino posible para permitirte ser y de esa forma aliviar un poco la vida de tus padres. Y después, la rústica embarcación se alejó llevándose con ella el último adiós mientras yo permanecía en la playa hasta que el pequeño punto flotando entre las olas, se perdió en el horizonte. Dejabas la niñez que nunca tuvimos, porque aprendimos a ser grandes antes de tiempo. Porque el tiempo no nos alcanzó para soñar y los sueños fueron a esconderse detrás de las realidades. Ese día no pasé a ver a tus padres, ni el siguiente. Imagino la incertidumbre reflejada en sus rostros y el montón de preguntas cayendo sobre mí. A la semana de tu partida me llamaron para decirme. La voz de tu madre rebotaba en mis oídos como un eco impregnado de interrogantes y las respuestas revoloteando sin querer hacer nido. La noticia corría de boca en boca, porque la prensa estaba absorta en divulgar conflictos políticos llenos de hipocresía y no podía tomar un minuto para hablar de tantos jóvenes perdidos en el mar. Entonces comprendí que no te volvería a ver. Junto al dolor estaba el rencor, el odio a los que te obligaron a ser un emigrante más. Los de aquí que nunca te dieron nada mientras culpaban a otros o los de allá que te hechizaban con sus promesas llenas de luces multicolores y le negaban la vida a los tuyos. Te fuiste aquella mañana con la marea buscando algo nuevo, siguiendo un espejismo, algún lugar donde poder expandir tus alas y la propia marea que te ofreció caminos, ahora se tragaba tu sueño.

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